sábado, 5 de septiembre de 2015

Fui forastero y me recibisteis

"Fui forastero y me recibisteis" (Mateo 25,35). Esta es una de las seis palabras que Jesús, el rey del universo, dijo a los que están reunidos a su derecha. Es la hora del llamado «juicio final», el gran evento que cierra la historia humana y la abre a una dimensión de novedad y de eternidad. Es la Pascua eterna, celebrada en Jerusalén definitiva, la hora de las bodas del Cordero. En ese momento de tránsito entre el mundo presente y el mundo futuro, se escuchan las palabras de quien ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra y que, por tanto, discierne con pleno conocimiento de causa. Jesús, crucificado y resucitado, habla a gente de «todos los pueblos» (v. 32), en griego panta ta ethnè, es decir, gente de todas las etnias del mundo y, en consecuencia, de todas las religiones. Los cristianos, aquel «pueblo» (ethnos) que, según Mateo 21,43, dará frutos propios del Reino, también está. Su presencia es del todo especial, ya que es un pueblo que conoce el Rey que habla, más aún, que lo reconoce como Señor y Salvador. Ahora bien, este pueblo queda integrado dentro de los otros pueblos, como uno más, ya que el criterio del Rey no es la pertenencia a un pueblo determinado sino lo que cada persona habrá hecho con relación a los que él llama "uno de estos hermanos míos más humildes"(Mateo 25,40).

Príncipe de Riboalte

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